La Escuela es un espacio de socialización por excelencia, en el convergen los elementos activos que hacen vida en la comunidad. Intentar transparentar la dinámica escolar, con el ánimo de dejar al desnudo sus asombrosas realidades, invita, tal como lo expresa Lárez, R. (2011) a contemplar el espacio escolar desde dos dimensiones. En primera instancia, una Perspectiva de orden Histórico, permeada por un entramado complejo en el cual se conjuga la Filosofía, la Política y la Sociología confiriendo sus saberes y miradas en un complexus interesante. Por otro lado, una Perspectiva de orden cultural, ésta, hoy más que nunca, reclamando desde sí la integración y apropiación crítica de los factores que la articulan e identifican, vale la pena decir, las costumbres, valores, creencias que claman por una Teoría Educativa que logre ser capaz de asumir con responsabilidad y de manera efectiva los signos de los tiempos.
Hoy, es necesario, mirar el espacio escolar desde otras perspectivas, las prácticas educativas no son en la actualidad un resultado inequívoco de la puesta en práctica de un currículum. Los procesos escolares han ganado una autonomía interesante que ha puesto en evidencia la emergencia de una Teoría Educativa que reconozca los nuevos roles que asumen sus protagonistas. Desde ese contexto, la textura del acto pedagógico ha ganado espacios para su constitución y posicionamiento, las posturas de los sujetos demandan una apertura en su forma de ser concebidos, su performance son la evidencia cierta de la transformación de la Escuela.
En atención a las dimensiones actuales que determinan la gestión escolar, surge, en igualdad de condiciones, redes semióticas que impactan de manera simbólica y comunicacional los roles de docentes y estudiantes. Resulta entonces interesante interpelar la matriz categorial que prevalece sobre el escenario escolar, y en sentido muy particular el rol de docente: ¿Simple reproductor de conocimientos o sujeto del conocimiento vinculado a una responsabilidad que resulta inherente, la cual no es otra que reinventar su práctica pedagógica? Sobrarían argumentos que validen la necesidad de relegitimar el rol docente, no obstante, los imperativos que surgen de la interpelación anterior nos conduce a mirar desde la complejidad, el panorama que en la actualidad debe ser hábilmente manejado por los docentes ante las crecientes demandas que circunscriben su práctica.
La Teoría Educativa, o quizá pudiésemos hablar de Teorías Educativas, requieren entonces reconfigurarse desde los nuevos escenarios, lo cual incluye obviamente, los roles innovadores que han asumido sus protagonistas estelares, vale decir docentes y estudiantes. Esta revalorización de la Teoría Educativa debería apostar por una autonomía intelectual, por un ejercicio responsable de los ideales de libertad y justicia, ambos términos bien entendido desde la profundidad de sus implicaciones. Esta teoría también debe considerar el acto pedagógico como una posibilidad siempre latente en la cual eclosiona de manera permanente la creatividad, la cual permita dar riendas sueltas a la conjugación del perfil complejo que hoy caracteriza a los estudiantes, las estrategias didácticas que posibilitan el conocimiento, más que como búsqueda, una necesidad siempre presente, la inserción de las Tecnología de Información y Comunicación, entre otros tantos aspectos.
Con base a lo anterior, hemos de suponer que en los planos superiores del entramado escolar debe coexistir en perfecta armonía la conjugación de las dimensiones políticas, sociológicas y filosóficas. En tal sentido, este reto que se pone de manifiesto en la actualidad al momento de teorizar en Educación, está exponiendo la necesidad de materializar una transformación que en la práctica ésta llevándose a cabo, por lo tanto, la urgencia de su consumación clama por una mayor celeridad de los sujetos involucrados. La tarea es clara, sólo resta asumir el compromiso para el cual hemos sido convocados.
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